Los instintos de la musa no duermen.
Nunca durmieron.
Siempre estuvieron intactos.
Intactos instintos que insisten. Inquietos. Siempre.
Igual que los de su inspirado.
Así que instintivamente —no podía ser de otra
manera— hacen el amor como la primera vez.
Siempre es como si fuera la primera.
A veces se preguntan si acaso la primera no habrá
sido ésa, en esa casa de campo.
Pero saben que fueron tantas vidas las que los encontraron,
que intuyen lo difícil que será llegar al génesis del gran milagro que juntos (presienten
que) son.
Y aun así siguen queriendo saberlo todo.
Averiguan.
Entran y salen del gran enigma que también (sienten
que) son.
Enigma, milagro… y algo —y mucho más— que hace que
esas vidas no perecederas estén cada vez más afianzadas.
Lo que todavía no saben es que mueren juntos en cada
vida.
A veces porque así les toca.
Otras, porque sacrifican su vida con la partida del
otro.
Pero también nacen al mismo tiempo. Y, de inmediato,
comienzan a buscarse por otro instinto que tampoco descansa: el de la
supervivencia.
Ellos llegan al mundo dependiendo del otro para
existir.
Eso, naturalmente, es así.
Son seres especiales que necesitan del otro ser para
vivir y para morir.
Porque juntos tienen una misión designada por la
raza de la inspiración a la cual pertenecen.
Esa raza los ha elegido para expandirse a través de
las generaciones.
Los ha enviado a un mundo de humanos que los
registra como tales, e incluso los hace sentirse así.
Pero aunque sean casi iguales… ellos son diferentes.
Porque ellos son otra cosa:
Ellos son arte.
En algunas vidas les fue más fácil encontrarse.
Y afianzarse en una unidad que los representara como
ese arte puro que siempre fueron.
En otras —sobre todo en ésta— les costó más.
Seguramente les cueste porque sobrevivir también es
un arte.
Y porque, si en los aires que los rodean predominan
auras tristes o débiles, los matices de toda existencia —humana o artística— se
opacan.
Se achatan.
Hasta apagarse por completo.
En una sola vida algo falló.
Y es en esta.
Demasiados encuentros y desencuentros.
Se aman, se besan, se prometen, se esperan, se
ausentan… hasta que desaparecen.
Ya les pasó.
Ya saben lo que sienten estando lejos.
Pero, sobre todo, saben lo que sienten estando
cerca.
Y no entienden por qué hay algo que los separa tanto
como los une.
Algo que no les permite despejar todas las intrigas
y reunirse definitivamente.
Algo que deben superar a tiempo.
De lo contrario, se apagarán para siempre.
Y con ellos, todas las obras de arte.
De un modo ligero.
Repentino.
Y absurdo.
Después de hacer el amor se abrazan y quedan en
posición fetal.
Y el calor que siguen dándose parece infinito.
El calor que necesitan para que no se congele la
raza a la que pertenecen.