jueves, 9 de junio de 2022

(#Acto 24 #LMyEA) La Musa y el Artista

Los instintos de la musa no duermen.

Nunca durmieron.

Siempre estuvieron intactos.

Intactos instintos que insisten. Inquietos. Siempre.

Igual que los de su inspirado.

 

Así que instintivamente —no podía ser de otra manera— hacen el amor como la primera vez.

Siempre es como si fuera la primera.

A veces se preguntan si acaso la primera no habrá sido ésa, en esa casa de campo.

Pero saben que fueron tantas vidas las que los encontraron, que intuyen lo difícil que será llegar al génesis del gran milagro que juntos (presienten que) son.

Y aun así siguen queriendo saberlo todo.

Averiguan.

Entran y salen del gran enigma que también (sienten que) son.

Enigma, milagro… y algo —y mucho más— que hace que esas vidas no perecederas estén cada vez más afianzadas.

 

Lo que todavía no saben es que mueren juntos en cada vida.

A veces porque así les toca.

Otras, porque sacrifican su vida con la partida del otro.

Pero también nacen al mismo tiempo. Y, de inmediato, comienzan a buscarse por otro instinto que tampoco descansa: el de la supervivencia.

 

Ellos llegan al mundo dependiendo del otro para existir.

Eso, naturalmente, es así.

 

Son seres especiales que necesitan del otro ser para vivir y para morir.

Porque juntos tienen una misión designada por la raza de la inspiración a la cual pertenecen.

 

Esa raza los ha elegido para expandirse a través de las generaciones.

Los ha enviado a un mundo de humanos que los registra como tales, e incluso los hace sentirse así.

Pero aunque sean casi iguales… ellos son diferentes.

Porque ellos son otra cosa:

Ellos son arte.

 

En algunas vidas les fue más fácil encontrarse.

Y afianzarse en una unidad que los representara como ese arte puro que siempre fueron.

En otras —sobre todo en ésta— les costó más.

Seguramente les cueste porque sobrevivir también es un arte.

Y porque, si en los aires que los rodean predominan auras tristes o débiles, los matices de toda existencia —humana o artística— se opacan.

Se achatan.

Hasta apagarse por completo.

 

En una sola vida algo falló.

Y es en esta.

 

Demasiados encuentros y desencuentros.

Se aman, se besan, se prometen, se esperan, se ausentan… hasta que desaparecen.

 

Ya les pasó.

Ya saben lo que sienten estando lejos.

Pero, sobre todo, saben lo que sienten estando cerca.

Y no entienden por qué hay algo que los separa tanto como los une.

Algo que no les permite despejar todas las intrigas y reunirse definitivamente.

Algo que deben superar a tiempo.

 

De lo contrario, se apagarán para siempre.

Y con ellos, todas las obras de arte.

De un modo ligero.

Repentino.

Y absurdo.

 

Después de hacer el amor se abrazan y quedan en posición fetal.

Y el calor que siguen dándose parece infinito.

El calor que necesitan para que no se congele la raza a la que pertenecen.

Y toda su creación.

viernes, 27 de mayo de 2022

(#Acto 22 #LMyEA) La Musa y el Artista

La cueva multiplica el placer devolviéndoles el eco de cada gemido. Son tantos, que la sinfonía se vuelve perfecta.

Sienten que podrían desplomarse completos en las fundas del otro, en esas envolturas de carne, de músculos que ejercitan constantemente el movimiento que los mantiene vivos. Pueden sentir la naturaleza del otro y, juntos, adoptar esa condición de amantes y amados, digna de una magnitud que sólo ellos comprenden. Una magnitud que otros ni siquiera advertirían.

 

Quién sabe si sabían que todo este tiempo habían estado dormidos.

Lo que sí saben es que el otro vino a despertarlos. A despabilar el arte escondido debajo de las sábanas. A arrancar las sábanas que pretendían tapar el frío que no existía, porque sus cuerpos estaban emanando el calor del otro desde los propios huesos.

El altar ya les queda chico de tantas volteretas. Y todo es perfecto.

 

—Haceme un hijo —dice ella.

 

Él está a punto de responder algo cuando se interpone otra visión. Y a ambos les nace, casi al mismo tiempo, el recuerdo de una felicidad que no tarda en doler. Un dolor punzante, que sube desde la garganta hasta la boca del estómago, y pincha. Como si cortara la circulación.

 

Quizá sea una pista. Un indicador. No para ver hacia dónde van, pero al menos para asomarse a ese lugar inaudito del que vienen sus vidas… desde otras vidas…

… Y en donde gestaron vida.

 

La musa se incorpora apenas termina de pronunciar la frase. Atina a quitarse la venda, pero es el artista quien lo hace. Nota que está húmeda. No: empapada. Las lágrimas, como escupitajos, salieron de los ojos de la musa mientras se tocaba el vientre.

Se recuesta. Llora.

Le duele el útero.

Él le besa esa zona. Apoya su cabeza con suavidad, y llora con ella.

 

Los mortifica lo que acaban de recordar. Los paraliza no saber qué hacer.

Y en esa posición permanecen horas.

 

Se sienten huérfanos. Desamparados. Y, sobre todo, se sienten pequeños encima de un altar que ya les queda grande.

Solos. Desprotegidos. Desenfundados.

 

Y se adormecen así.

Destapados. Desabrigados.

Padeciendo el frío que ahora sí les congela los huesos.

Desafina el eco de la cueva. Los sollozos del dolor desentonan con la sinfonía que había sido perfecta.

Porque, de repente —por primera vez estando juntos— se sienten incompletos.

Como muertos.

Mientras siguen advirtiendo las memorias de lo que comprenden fue su mayor inspiración.

 

Y desplomados, uno encima del otro, contemplan la imagen de la criatura…

hasta quedarse dormidos.


Él está a punto de responder algo cuando se interpone otra visión y a los dos les nace el recuerdo de una felicidad que no tarda en doler, punzante, desde la garganta hacia la boca del estómago hasta pinchar como cortando la circulación. Quizá sea una pista, un indicador que les permite ver si no hacia y hasta dónde van, al menos un poco de ese lugar inaudito del que vienen sus vidas desde otras vidas... Y en donde gestaron vida... La musa se incorpora en cuanto termina de pronunciar la frase, atina a quitarse la venda cuando el artista se la saca, nota que está húmeda, no, empapada por las lágrimas que como escupitajos salen de los ojos de la musa mientras se toca el vientre, se recuesta y llora. Le duele el útero, él le besa esa zona y apoya su cabeza con suavidad, llorando con ella. Los mortifica lo que acaban de enterarse y los paraliza no saber qué hacer, y en esa posición permanecen horas.

Se sienten huérfanos, desamparados y sobre todo se sienten pequeños encima de un altar que ya les queda grande. Se sienten solos, desprotegidos, desenfundados. Y se adormecen juntos, destapados, desabrigados, padeciendo el frío que les congela los huesos. Desafina ahora el eco de la cueva, los sollozos del dolor desentonan con esa sinfonía que había sido perfecta. Es que de repente, por primera vez estando juntos se sienten incompletos, como muertos, mientras siguen advirtiendo las memorias de lo que comprenden fue su mayor inspiración.

Y desplomados uno encima del otro contemplan la imagen de la criatura hasta quedarse dormidos.

sábado, 15 de enero de 2022

El diario del lunes

No te pierdas en lo incierto. 

Los sinfinales predecibles ya están escritos. No te hagas cargo de otros egos ni de sus egoísmos. Y si algo toca al tuyo, tu amor propio sabe; y puede distinguirlo y salvarte a tiempo. Si hasta está bien que tu ego se rompa un poco de vez en cuando... Hay cosas que sólo vienen a recordarte quién sos y qué querés en verdad. Y cuánto amor tenés para darte. Y para dar. 

La fantasía se paga con la melancolía del día después. Y la melancolía se salda con los pies en la tierra. Eso. Hacé pie en tu realidad, pisala fuerte, afirmate en ella, date unos pasos y bailate todo que eso también es vivir: bien adentro de lo que es y más afuera de lo que iba a ser, y muy lejos de cualquier deseo impostado y surrealista.

No esperes al diario del lunes. Conocete, sabete de memoria, grabate la lección porque alguna vez vas a tener que aprendértela. No juegues con el fuego de los ciclos. Lo cíclico quema después de algunas vueltas. No quieras quemarte tanto. Ya ardiste lo suficiente, ya sudaste esos infiernos. Enfriate un poco, que es súper necesario para volver a encenderte. Dale, que ya sabés de esos equilibrios. Ya malabareaste las inseguridades de otros. Vamos, que ya no te congelás ni te derretís así de fácil. Volvé a ser precisamente desde ese centro tibio -que si algo no sos es tibieza- y volvé a apasionarte. Que no haya huecos ni agujeros negros en tu próxima entrega. Que no se roben tus créditos. No te pierdas por nada ni por nadie. Ya estás todx en vos.

Así que agarrate fuerte y pegate un viaje, eso sí, por tu propia incertidumbre. Que de ahí sí que vas a sacarte buenx.

 

 

 

viernes, 14 de enero de 2022

Aquí y Ahora

Ricardo Gutiérrez y la vía. Ahí tomé mis primeras clases de teatro, a los 13 años. En la primera hora teníamos expresión corporal y después seguía el entrenamiento actoral.

Más que pasar al frente y actuar, a mí me gustaban los ejercicios. Que nos mandaran a meternos adentro de una burbuja imaginaria con esos flashes que se prenden y se apagan en la mente, pero que en ese momento se podían atrapar. Todas las sensaciones se podían contener en ese presente. El álbum de figuritas de nuestra vida. Era despegar y pegar de nuevo, cambiar el orden, conseguir la difícil. Todo valía de paseo por lo sensorial, y se tornaba una gran introspección.

Jugar con las emociones es como poder amasarlas y darles forma, es prepararlas y cocinarlas con amor, para luego rendirnos ante ese plato. Recuerdo haberme sentido realmente inmersa ahí, como en una realidad exquisita de saborear, sí, recuerdo cómo era degustarla, masticarla, hincarle bien el diente como a una pasta al dente.  

Nada de eso sucedía si uno no se entregaba a ese instante. Si no estabas sintiéndolo todo a flor de piel, definitivamente no estabas en el “Aquí y Ahora”. Yo no sé si en aquel entonces lo comprendía, no sé si entendía bien cómo eso nos ayudaría ni si me daba cuenta de que ya sea para apelar a la memoria emotiva o para preguntarme qué haría yo si fuera tal personaje también era fundamental que siguiera estando ahí, tampoco sé si tenía real noción de eso de la credibilidad, pero si algo intuía era que tenía que dejarme ser. Ir sucediendo en simultáneo; andar por los guiones sin apresurarme; transitar el recorrido de las palabras y de las acciones; resaltar los matices y las sombras sin ponerme a juzgarlo todo; ir componiendo una verdad, precisamente verdadera. Y seguir jugando en el escenario como en el entrenamiento: disfrutando.

No había vez que no me fuera movilizada y con ganas de volver. Quizá porque al conectar con las emociones, entre el ritmo y la pausa, se dispara el giro que la propia historia pide. Es que la trama se escribe de adentro hacia afuera y nunca al revés.

Será que en la vida como en el teatro, las mejores improntas se dejan estando presentes, bien vívidos. O al final todo habrá sido inverosímil. 

jueves, 28 de enero de 2021

(#Acto 20 #LMyEA) La Musa y el Artista

 

La conexión ha vuelto a intervenirlos. Quirúrgicamente. Juntos atraviesan una cirugía invisible, mágica, gracias a la cual sus cuerpos embellecen, mejoran su calidad de vida como si se trasplantaran órganos, como si intercambiaran células, tejidos, médulas, con el fin de salvarse el uno al otro. Y mucho más.

El arte corre peligro de extinción, y de su unión depende la salvación. La infinidad que los une debe mantenerse intacta, ininterrumpida. Tienen que evitar los obstáculos, el desvío, el alejamiento.

 

La hija del rey y el hombre enmascarado los distraen. Entonces se escabullen entre sus gemidos y lenguas.

La musa y el artista salen del privado, precisamente en busca de algo que ya no hay allí: real privacidad. Caminan hacia el parque y en el trayecto son desvestidos por todas esas máscaras que los miran con deseo, acosados por brazos que, como pulpos, salen de todos lados para tocarlos. Es que cada rincón del palacio sigue de fiesta. Una fiesta de la que eligen abstraerse.

 

Se aíslan de todo y de todos, salvo de sí mismos. Se liberan del libertinaje y de los antifaces, se los quitan para besarse, dejando atrás las distancias mundanas. Se regalan caricias astrales que los siguen llevando más allá de la experiencia terrenal. Ni dos, ni diez van a lograr en ellos lo que sólo ellos consiguen con vibrar a la par. Los tentáculos de la lujuria pueden atraparlos por un rato, pasar el rato nomás, pero ellos no venden su alma a esos animales en celo.

 

El amor es el Gran Lujo que pocos pueden darse. Y ellos pueden. Hace añares. Desde que empezó ese viaje de ida cuya leyenda aún intentan dilucidar, descifrando los vestigios de un ciclo que jura haberles hecho el amor bajo mil lunas, y haberlos visto jadear en cada mañana que siguió, mil veces más.

Y como todo ciclo, haber terminado sólo para volver a empezar.

 

Los recuerdos se impregnan en sus mentes con cada beso casi tanto como la saliva del otro en sus bocas. Y los guían por la alfombra de un pasto color índigo que acaba de crecer. La unión de sus auras los conduce hacia un pasadizo en medio de esas velas cuyas llamas se han elevado notoriamente.

Se toman de la mano para avanzar. Pueden escuchar cómo suena la frecuencia de sus latidos. Son sus corazones haciéndose música en el lugar. Se sienten elegidos. Saben que están a punto de develar otra parte de la historia. O de escribir lo que vendrá.

Y van. Descalzos. Como en el aire. Como si sólo se viviera una vez. Pero con la certeza de que ellos, juntos, tienen la eternidad a sus pies.

viernes, 1 de enero de 2021

Posición fetal

El balance es propio.

No es con otro ni con una situación.
Es de uno con uno.
Los reclamos no se hacen en la oficina de Dios, sino adentro del corazón.
Qué fue genuino y qué te malgastó.
Se trasciende desde la gratitud,
pero eso es una decisión.
Por mucho que grites al cielo, no hay un libro de quejas entre el Covid, el hambre, la contaminación.

Empezá el año empezando por vos.

Que si mirás adentro, todavía te tenés ahí.
Así que primero sentite,
y después pedite.
Que por más machaque que tengas, te vas a escuchar.
Y te vas a acomodar.
Aunque estés como inmóvil,
en posición fetal...
Es que sólo te estás preparando,
para nacer,
sí,
una vez más.

Y ojalá que en esta nueva vida, te saques la presión de que tu mundo no esté al revés; y que puedas andarlo y amarlo con lo que te dé. Y sobre todo, con lo que Es. 

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Mafalda

Mafalda me acompañó toda la infancia y no era una amiga cualquiera. La leía con especial atención y me la la llevaba en tren a Mar del Plata como quien se va de vacaciones con la mejor amiga.

Me metía en su historieta y ni la más remota idea de cuánto tiempo me quedaba ahí, como abstraída. Es que Mafalda me aportaba, me sumaba. Me hacía pensar, analizar, reflexionar, ir y volver para tratar de entenderla. Y sí, con 8, 9, 10 años debo decir que había cosas de Mafalda que yo no entendía, pero algo me decía que ella sí la tenía muy clara. Quizás el mismo algo de esa nena, de su banda de amigos, de sus padres, de su hermano, de su barrio, de sus gustos (y de sus ascos!), de su música y su comida, de su radio y su diario y su inquietud por las noticias, de sus calles, de su globo terráqueo y su visión del mundo, y podría seguir,  que me atrapó y me conquistó. De niña y también de grande. Y de esa adorable niña grande, qué digo algo, si al final todo. Toda ella, ella toda. Más tierna que ingenua. Viva, compradora, auténtica, segura, comprometida, inteligente, curiosa, rápida, generosa, atrevida, consciente, bien despierta, adelantada, empoderada, como sólo Quino pudo crearla. Y entonces, algo, y todo su creador vive y vivirá por siempre en ella.

Compañera y amiga de toda mi infancia, y para toda la vida.

Eterna; eterno.


miércoles, 5 de febrero de 2020

Hilo de luz

Sobre esas flores que nacen en el cemento y que lo rompen para salir. En realidad, crecen entre sus quiebres. Como sea, aprovechan ese hilo de luz que se les abre entre el suelo más duro, y aparecen... Como si ni se enteraran de que ese no es su lugar.

Enraizate. Sé una flor. Y "en donde sea que Dios te haya plantado, florecé".

Porque tu lugar también puede ser el que menos pensás, con tamaña naturalidad. Así que rompé estructuras, cambiá paradigmas. Y renacé si es necesario. Aprovechate de las grietas, plantate con las quebraduras. Que están ahí para que crezcas, para empujarte y hacerte fuerte, para salir como las flores en donde sea. Y para sobresalir; aún contracorriente.


lunes, 3 de febrero de 2020

Las Tres Marías

Cuando era chica vivía en un departamento con balcón terraza, en un octavo piso. Puedo decir que crecí bajo un cielo que me quedaba a mano. Solía pasar tiempo mirando las estrellas; me divertía buscar a las Tres Marías, a la Cruz del Sur, incluso a Marte. Todos los 3 de febrero, teníamos un trato: yo les confiaba mis deseos de cumpleaños y ellas me ayudaban a cumplirlos.

Por aquel entonces, y con la garantía mágica de su parte, no se me ocurría pensar que eso no fuera a resultar. Yo lo creía. Así que ellas, que siempre estaban ahí para mí, iban a estar también haciéndolo todo por mí.
Hoy, y ya con otra vuelta más al sol del mismo cielo a veces más y a veces menos a mano, sé con certeza que si no estoy primero yo acá para mí, cualquier deseo puede quedarse como atrapado, más bien estancado, más allá; posiblemente en algún espacio sideral. Aunque sueñe a lo grande. No porque lo que sea no exista ya para mí o para quien sea, sino porque por mucha ayuda que pidamos y por mucho que confiemos y creamos en quienes nos la dan, si no volcamos la misma confianza y si no nos revolcamos en la misma creencia sobre nuestra persona, hasta el sueño más ínfimo se nos puede quedar eternamente flotando en ese cosmos al que se lo entregamos; sin poder llegar a manifestarse en el plano más tangible de nuestra realidad.
Porque una cosa es segura: podemos creer en Dios, en el Universo, en nada o en todo, o en lo que elijamos creer; pero si no creemos en nosotros y más precisamente en la estrella que también somos, nos vamos bloqueando hasta apagarnos en alma y cuerpo. Y porque creer en uno mismo no es ni una moda ni un cliché... Creer en uno mismo, no sé si hace magia, pero es la varita.

martes, 7 de enero de 2020

(#Acto 18 #LMyEA) La Musa y el Artista



Los dos permanecen bajo el efecto de la bebida, sus cuerpos como fuera de sí, aunque no dejan de sentirse. La musa viene tomando hace rato; el artista festeja haberlas encontrado. La bebida es otra fuente de deseo. Bienestar absoluto. Esa paz al desprenderse, a voluntad, de la materia y dejar ir al cuerpo energético —viendo a distancia la gran ilusión que es la vida, ver disiparse eso que parecía ser la única Verdad— le trae calma. Desearía sentir siempre su existencia vibrando así, fundida con la de la musa, como aquella vez.

 

Un hombre con máscara se acerca y la besa. Ella, en voz baja, le pide perdón al inspirado por no haberle dicho que estaba con él. Acompañada o no, da igual. Acto seguido, baja la cremallera del pantalón, que parece abrirse sola —ya entró en calor con sólo verla— y empieza a tocarlo: primero por encima de la ropa interior, luego directamente, buscando agarrar piel a piel ese trozo añorado de su hombría. Lo toma entre sus dedos, lo sujeta con la mano abierta, y de a poco la va cerrando, atrapándolo. Nota cómo se endurece más de lo que ya estaba. Él comprende las reglas, y no hace frente al enmascarado.

 

Éste toma del brazo a la musa y la conduce hacia los cuartos. El inspirado los sigue: ya entendió el juego. La lujuria parece ser el objetivo y el tablero está lleno de casilleros que incitan a avanzar. Suben por las escalinatas del palacio, donde él ya no es soberano como lo fue la última vez. Los pisos crujen de tanta seducción. Sostienen cuerpos que se tocan, se lamen, se devoran con un salvajismo que acecha. En esta jungla, lo prohibido es ley.

 

En las habitaciones, orgías. Las paredes sudan excitación. Claramente, la consigna es el libertinaje. Tan claro como que nunca nada le había parecido tan pecaminoso. Compartirla es el pecado. Pero tiene que ceder.

 

La musa aún no se mezcló entre la gente. Lo estaba esperando. El otro hombre la lleva a un privado y ella le toma la mano a su artista para que no deje de seguirlos. A él lo carcome por dentro ver cómo la va desvistiendo, pero también lo excita. Se toca. Se calienta más viendo cómo se desliza la braga de la musa entre esas piernas que desea escalar. Levanta la prenda, que quedó enrollada en el suelo, y se la guarda en el bolsillo del pantalón: no piensa irse de esta fiesta sin su souvenir.

 

Ve al hombre hacerla suya sin mucha vuelta, casi sin previa. Por un segundo duda que el plan de ella fuera incluirlo; teme haberle resultado descartable. Pero no. Enseguida se alienta. Ellos se aman. Se amaron siempre.

 

La musa se acaricia los pechos con suavidad y busca, con la mirada, a una mujer con la que no dejó de cruzar miradas antes de que el inspirado llegara, cuando la perdió de vista. De pronto la ve aparecer: lleva un antifaz que la oculta más que antes, pero su cabello de raso es inconfundible. Su sensualidad al deslizarse, sus curvas cinceladas, desbordan lindura por donde se la mire. Enardece a quien la tenga cerca.

 

Enardecida, la musa la observa mientras el hombre sigue entrando y saliendo de ella sin descanso. La guapa se acerca, le acaricia los pechos y los besa con fervor. Le dice, en voz muy baja, lo bellos que son. La musa está gozando en demasía, pero nadie provoca en ella lo que su inspirado. Él estaba por sumarse... hasta que entró en shock.

 

Acaba de reconocer a esa mujer.



domingo, 5 de enero de 2020

(#Acto 16 #LMyEA) La Musa y el Artista

Y pasan ese rato como si la promesa del pasado ya se estuviese cumpliendo. Como si nunca fueran a separarse. Como si siempre fueran a estar sumidos en ese erotismo que los une y los sigue revolcando entre una, otra, y tantas posiciones amatorias.

Estando juntos, todas esas imágenes y todo ese ensueño que los revoluciona parecen cobrar sentido, a pesar de la rareza… y de la certeza de que lo que les está ocurriendo pertenece a una realidad que se va tornando cada vez más fantástica.

 

Ella teme soltarlo. Todo el tiempo se le cruza por la mente la terrorífica idea de que el amor se les pase al separarse, como un hechizo que se rompe.

Eso.

Se siente hechizada. Y no quiere que eso se termine.

Besa el lateral del rostro de su hombre y, al llegar a su boca, siente sus labios secos. Entonces decide que es buen momento para tomar algo.

Se resiste primero, pero tomándose su tiempo —milímetro a milímetro, sin dejar de sentirlo— va saliendo de ese cuerpo del cual se siente dueña, ama y señora. Camina hacia una vitrina de donde toma dos copas y una botella de forma algo extraña que estuvo guardada por años, esperando la ocasión.

 

Otra vez, su desnudez le da la espalda al inspirado, que la mira detenidamente hasta precipitársele al cuerpo, expulsándose por completo en un abrazo al que llega definitivamente magnetizado.

Así vuelven juntos al camastro, bien apoyados uno en el otro: ella delante de él, sosteniendo lo que trae; él ciñéndole los pechos con las manos, en un calce diseñado a medida.

 

La musa mira la copa y siente la fragilidad del cristal dentro de su ser. Se siente vulnerable. Como si, en ese instante, su alma también fuera de vidrio. Incluso, siente la sensibilidad del artista en ella, como si los roles se hubieran alternado… como si ella necesitara de él más que él de ella.

 

—No me dejes nunca —le ruega.

 

Él la escucha fascinado. Pero, a diferencia de lo que siempre creyó que le ocurriría al cautivarla, por un momento se siente torpe, incapaz.

Es que los dos sienten una dependencia absoluta.

Una rendición incondicional que los aparea con el otro en cada suspiro, en cada movimiento.

A propósito, éstos van haciéndose cada vez más lentos.

De hecho, se sientan al borde del camastro como si estuvieran dentro de una cámara lenta, y a ese mismo ritmo él sirve en cada copa una medida generosa de la bebida color borravino que ya los tiene hipnotizados.

 

Se deleitan con lo bien que huele.

Y, al unísono, brindan: “Por el amor”.

El choque de las copas que los va inmovilizando y vuelven a compartir la misma sensación de que el tiempo se detiene.

Esta vez, un instante de parálisis.

Quizá una advertencia.

Algo les dice que, después de ese trago, ya nada será igual. Que beberlo es pactar con la adicción y podría resultarles peor que un vicio. Casi como un veneno.

 

Luego de esa suspensión, el artista le pregunta a la musa de qué bebida se trata.

Y, antes de que ella llegue a responder, él moja sus labios en el líquido ignoto… y la besa con pasión.

De inmediato —y de un solo sorbo— se toma hasta la última gota.


miércoles, 1 de enero de 2020

Sincronicidad

Voy caminando y levanto la cabeza al tiempo que una bandada de pájaros dibuja en el cielo la figura perfecta de la sincronicidad. En ese momento, algo se me alivia por dentro. Es como si pudiera acompañar ese ritmo, el de lo natural, y bailar un rato la misma coreo universal; como si ese vuelo uniforme me la marcara con tremenda claridad. Así, sin mucho truco y tan fácil de recordar: cada paso que nos mueve es exactamente el que se tiene que dar. Y que esa danza nos lleve justo a donde tengamos que estar.

... Y a dejar ir con la confianza de lo que viene. Es deseo.

.

domingo, 3 de febrero de 2019

Descalza

De vez en cuando cumplo años. Y va otro 3 de febrero y en estos tantos aprendí:

Que es lindo que te deseen lucidez (una vez me tocó). Y desear a lo grande y entregarlo; con los deseos sueltos se vive más relajado.

Que si suelto el control, soy más libre.

Que cuando dejo de esperar, respiro mejor.

Que reír y llorar al mismo tiempo, es el más perfecto equilibrio.

Que pisan más fuerte los pasos que doy sin darme cuenta, que los kilómetros de vida planificada.

Que si no lo planeo, me sale.

Que si no especulo, fluye.

Que si no calculo, dan las cuentas.

Que si me revoluciona, es por ahí.

Que una de las más grandes aventuras de la vida, es animarse a sanar.

Que si dejo de lado el capricho del ego, doy permiso a la Divinidad para manifestarse; y al Ser Divino que hay en mí.

Que si vuelvo a caer en uno de esos ciclos que se me repiten, hay algo ahí pidiéndome a gritos que lo evolucione.

Que si los repito como círculos viciosos, me estoy perdiendo una enseñanza.

Que nada enseña tanto como amar sin condición. 

Que en lo incondicional, habita la calma.

Que si hay caos, la calma por ley seguirá.

Que por algo calma rima con alma.

Que el más lindo piropo es que te digan "soulmate" (mucho más si te lo dice tu alma preferida).

Que la única torpeza del alma es no saber a dónde ir, porque cuando lo sabe va de inmediato; sólo hay que tenerla conectada con la esencia.

Que el amor es cuestión de esencias.

Que la esencia no sabe de apegos.

Que vivimos en un mundo de apegos porque nos olvidamos de que cuando nacimos, también estábamos soltando un lugar seguro.

Que en el desapego hay un lugar hermoso.

Que es hermoso experimentar la gratitud más allá de las circunstancias, la gratitud porque sí; una forma de hacer magia.

Que si es mágico, pacifica.

Que si me da paz, no lo quiero entender.

Que si no pretendo entenderme ni entenderlo todo, me llevo mejor conmigo y con todo. 

Que todo tiene que ver con lo que vinimos a evolucionar; nada que cuestionar.

Que cuando no cuestiono tanto todo, dejo que la vida sea.

Que descansar en lo que es, alarga la vida.

Y sobre todo, que ir livianos por la vida es un derecho que todos tenemos; nacemos descalzos.

 

 

 

 

sábado, 2 de febrero de 2019

Uñas

Lindo como uñas recién pintadas.

Y así, todo.

Tomate el tiempo,
fijate en los detalles,
elegí tus colores.

Tené paciencia,
que no te pese,
que sea con ganas.

Ponete música,
tomate unos mates,
mimate antes.

Y después andá,
salí,
hacé,
decí,
sentí.
Y lo que sea.

Pero que no sea (y que nada sea) como pintarte las uñas apurada. 

 

viernes, 1 de febrero de 2019

(#ACTO 14 #LMyEA) La Musa y el Artista


Ella atrapa la cereza con los dientes y se la roba. Quiere que la devoren a la par, pero antes necesita hacer su recorrido sobre el cuerpo del artista.

Moja la fruta en más almíbar; podría elegir otra, pero quiere que sea la misma —esa misma— la que los deje pegoteados, hasta pegarlos más, y con ella ir lamiendo cada gota en el camino: ese jugoso pasaje hacia la cúspide del deseo.

 

Los dos sienten un desenfreno que no les es habitual, como si todo valiera, como si las fantasías de cada uno, las más obscenas, hubiesen quedado a la intemperie, y estuviese permitido andar por los bordes del otro; serpenteando el placer. Hasta dejarse caer. El precipicio invita al salto, y queda exactamente en la inmoralidad del otro.

 

La musa lo acuesta mirando hacia el cielo, y comenzando por los dedos de sus pies, va meneándose al ritmo de la fruta. Sube lentamente, dejándose acariciar por la vellosidad de sus piernas. Al pasar cerca de su miembro, no se detiene: apenas lo roza y sigue de largo. Apoya la cereza en el ombligo y acelera el trazo, hasta llegar al cuello de un lengüetazo; muerde su oreja y le deja un suspiro largo, vehemente, una exhalación cuyo eco resonará por siempre en su carne, y en su integridad.

 

Baja de nuevo hasta la cereza. Apenas la toca con sus labios, ya listos para beber mucho más que el néctar derramado. Tiene ganas de él, de sus fluidos.

Apoya la punta de la boca en su zona más libidinosa y, desde la cresta, va bajando en espiral, sin perderse ni un milímetro de esa superficie firme, rígida, que la está adorando. Dibuja redondeles con la lengua hacia un lado y hacia el otro, mientras introduce su virilidad entera. Una vez dentro, va en línea recta: de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, con devoción. Sin parar. Agarra la cereza, levanta la cabeza para espiarlo: él la está mirando con veneración, conteniéndose para no deshacerse en una exclamación, en un grito infinito.

 

Ella le toma el tiempo, va viendo qué y cómo le gusta. Hasta que los flashes otros tiempos le confirman que ya lo sabe.

El recuerdo le dice que es momento de hacer una pausa para retomar el acto. Estira el brazo y le coloca la cereza adentro su boca.

 

Desearía que el clímax no llegara nunca. Están inmersos en un clímax constante. Perpetuo.

 

Se alza de golpe, se da vuelta, separa las piernas para acomodarse, y montarlo. Queda erguida en la zona genital del artista al que va inspirando cada vez más, y se prepara para hacerle el amor en esa posición. Ya encajados, frota su pelvis con un ritmo suave y lento. Gira la cabeza para ojearlo con un dedo en la boca, y succiona al compás de cada fricción.

 

Él está maravillado con ese cuadro sublime. Suelta la cereza que guardaba debajo de su lengua, echa las manos hacia atrás y las apoya en la nuca. Se acomoda mientras se regodea, jactándose de la conquista. Y fija su atención en la cola de su musa, que se mueve acompañando cada una de las pinceladas que ella va dando con su clítoris.

M-editar

Para meditar no tenés que “saber meditar”: podés empezar llevando tu atención a la respiración. Eso solo ya trae concentración y calma. Para meditar no tenés que tener la mente en blanco: si aparece un pensamiento, lo podés observar sin resistirte, reconocerlo como parte de ese momento presente y dejarlo ir, como si vieras un pájaro que pasa y sigue su vuelo... y si acaso vuelve, podés enfocar de nuevo tu atención en la respiración. Igual que si aparece algún ruido que te distrae. Lo podés incorporar a ese instante, soltando el deseo de controlar lo que sucede alrededor y seguir estando sólo ahí, siendo tu respiración, que es lo que sos. Eso que respira, Sos. Para meditar no tenés que hacerlo estrictamente en Posición de Loto: podés hacerlo en la que te resulte cómoda, incluso acostado (sólo que al principio no se recomienda porque te podés quedar dormido. De todos modos si eso sucede, no pasa nada y bienvenido, es lo que tenía que pasar). Para meditar no tenés que estar rodeado de velas, sahumerios y música acorde. Claro que preparar el ambiente ideal ayuda, pero sin eso también podés hacerlo. Para meditar no tenés que saber de mantras, mudras, sutras, ni de la ubicación de los chakras ni de técnicas. Hay cosas que podés ir incorporando con el tiempo así como podés ir nutriéndote de distintas herramientas, pero sin ellas también podés hacerlo. Para meditar no tenés que estar necesariamente un largo rato, 1 hora o 40 minutos. Podés empezar con 5 minutos diarios e ir agregando otros 5 y así, incluso podés meditar un rato a la mañana y otro a la noche, o sólo una vez al día y cada vez más hasta que lo vayas incorporando más que como esos ratos al día, como un estilo de vida y puedas estar continuamente o cuando así lo requieras, inmerso en un estado de meditación, aún sin estar meditando especialmente. Es importante recordar para no rendirse en el primer intento, que cualquier resistencia es del ego. Y que sólo al ir dejando de lado sus caprichos, vamos dándole permiso a la divinidad para manifestarse, y al Ser Divino que hay en uno. 

 

martes, 18 de diciembre de 2018

Hija del Tao

El vacío sólo tiene mala prensa; es absolutamente necesario ese espacio nulo, como en blanco, a su vez profundo y tan generoso que hasta nos permite llenarlo. Con lo que queramos. Reinventarnos, incluso renacer, desde su centro. A propósito de esto, hace un tiempo acompañé una foto que subí a mis redes con la descripción "Hija del Tao" y alguien me preguntó si lo había leído y si tenía alguna frase favorita. Le contesté que sí lo leí unas veces, que de todos modos lo de hija era más en referencia a que así lo siento y además a una ceremonia en la cual tomé el Tao hace unos años, con unos monjes asiáticos, una especie de bautismo si se quiere, donde se reciben sus 3 tesoros para aplicar en vida y al momento de la muerte para que el alma vuelva a su origen, a la fuente. Le conté además que no es necesario tomarlo más de una vez, pero que me resultó tan maravillosa la experiencia que la repetí. Y para terminar de responder a su pregunta le comenté que eso es algo independiente de las escrituras (aunque de algún que otro pasaje se hizo mención), pero que igual sí tengo un principio preferido que es el de "LA UTILIDAD DE LA NADA". Y es justamente ése el que dejo acá al final, apenas uno de esos oleajes de paz del Tao de Lao-Tse, porque creo que tiene que ver con esta idea de reconocerle su luminosidad a nuestros momentos de vacío, de hacernos conscientes de que eso también somos y de que podemos respirarlo e ir dejándonos entrar, más bien flotarlo y casi desaparecer, y de que también podemos hacerlo tangible, materializar el aire que nos da y entonces salir a ser. Nada de eso y todo eso a la vez. Ser vacío absoluto y absoluto Ser. 

"Treinta rayos convergen hacia el centro de una rueda, pero es el vacío del centro el que hace útil a la rueda.

Con arcilla se moldea un recipiente, pero es precisamente el espacio que no contiene arcilla el que utilizamos como recipiente.

 Se construye una casa con puertas y ventanas, y es por sus espacios vacíos que podemos habitarla.

Así, de la existencia provienen las cosas y de la no existencia su utilidad”.

lunes, 15 de octubre de 2018

(#ACTO 12 #LMyEA) La Musa y el Artista

      

—Te extrañé y te esperé por tanto tiempo…

 

La musa puede reconocer a ese hombre: su artista, al fin, está con ella. Y se da cuenta de que el reflejo que en verdad legitima esa comunión no es el que los tiene capturados junto con la imagen de sus cuerpos. La liberación irradia desde el espejismo de sus miradas, y lo que ven ahora… es alma.

Una entidad compartida, que es de los dos cuando están juntos.

 

Pueden saberse el uno del otro durante esa conexión.

Ambos inhalan partículas de plenitud. Se completan.

 

Esta vida no podía pasar —como no pudieron las otras— sin hacerlos tropezar hasta ensamblarlos en la perfección que los une.

Al fin se exploran para comprobar que ya ardieron juntos, y que el perfume que se desprendió de sus esencias los impregnó de eternidad.

 

El deseo está intacto. Siguen hurgando en cada rincón de su sexualidad, pero llegan mucho más allá de donde llega el tacto.

Ella se incorpora lentamente. Él, con cuidado, acompaña cada uno de sus movimientos hasta quedar sentados, enfrentados.

Se dejan abrazar por las piernas de la musa, que además le aprietan la cintura.

Uno de sus pechos dentro de su boca.

Después, el otro.

Y el goce perpetuo del encontronazo.

 

Gimen esos corazones: mezcla del placer de haberse hallado y del dolor de haberse hecho tanta falta.

 

Y entonces, el recuerdo de que se corresponden vuelve a traspasarlos.

Esta vez haciéndolos estremecer en un temblor, un sacudón ya experimentado en otras vidas durante esos santiamenes de amor —propios de la musa y el inspirado en plena acción— como una convulsión.

 

La vibración del arte en su máxima expresión.

viernes, 12 de octubre de 2018

Después vemos

Y es que si la vida te lo regala, no lo arruines pensándolo.

Los buenos momentos también se construyen deshaciendo prejuicios, preconceptos y estructuras. Lo que da o no da, lo que es o no una locura, lo que nos hace o no felices; en definitiva lo decidimos nosotros mismos permitiéndonos vivirlo.

Después vemos.


 

 

lunes, 21 de mayo de 2018

El giro

Ante la duda, fijate cómo te hace sentir.

Lo que te enciende, lo que te apaga; lo que saca lo más lindo de vos, lo que saca lo no tan lindo; lo que te hace brillar, lo que te opaca. Todo está ahí por algo. A veces clarísimo y otras, lleno de vueltas. Y que algo siga o no en tu vida, tiene mucho que ver con cómo te vas sintiendo. Si ya no suma, si hace ruido, si incomoda, si agota tu energía más de lo que la activa es porque toca mover las fichas. Te pide un cambio. Avanzar o retroceder, mirar adelante o al costado... En fin, darle un giro. Que gire, pues. Y que ese giro, dependa de la calidad de tus sentimientos con respecto a eso. No hay mejor parámetro. Pensar no determina tanto como sentir. Pensar estira, dilata, hace chicle. Sentir define. Y la definición, hace a la decisión.

Eso de "Es por ahí"... Si te fijás en cómo te hace sentir, siempre está claro por dónde es.

miércoles, 3 de enero de 2018

Los pochoclos y la joggineta

Muchas veces la única forma de avanzar con claridad, es pasar a ser observadores de nosotros mismos. Como si nos tiráramos a mirar la película con los pochoclos y la joggineta. Bien listos para vernos. Luces apagadas y que se nos haga la luz.


Lo que nos está pasando y cómo estamos viviéndolo o sobreviviéndolo, según nos toque o según podamos, nos lo cuenta todo. El proceso evolutivo es cosa de adentro; sin embargo, el afuera nos suele mostrar, y sobre todo repetir, esas escenas en las que no estamos poniendo el foco en nuestra verdad.

El mejor plan es rodar con ella. Por eso la vida nos va preparando para eso, mucho más que para verla. Porque a eso también vinimos. A rodar con veracidad, como en las buenas películas.

domingo, 17 de agosto de 2014

(#Acto 10 #LMyEA) La musa y el Artista


El intervalo que nunca fue ya ni existe en el pensamiento de la misma que, instantes atrás, lo pedía.

 

La musa se da cuenta de que ya no aspira a detener esa lengua que la recorre. Ahora quiere devorarse la boca que ostenta el privilegio de andar por ella, expulsando los más hondos gemidos que le han dedicado en su vida. Escucharlos la enloquece.

 

El dedo del artista sigue suspendido en lo más íntimo de su feminidad. Sin dejar de balancearse, ella lo envuelve con los brazos, arañando más fructuosamente su epidermis toda. Extasiada. Impulsada por el deseo de enterrar sus uñas hasta la capa más profunda de esa piel que —de tan suave— lastima.

 

Hiere las ganas. La codicia de poseerlo ya. Consumadamente.

 

Ahora tantea la carne de sus labios con los suyos.

Con hambre de esa hambre que es voraz.

Con esa voracidad que resulta ser de las más insatisfechas: insaciable.

 

Aprieta firme primero, muerde un segundo después. Empieza a saborear su plato mientras arrastra las manos que ya tiene incrustadas en el cuerpo de ese macho que va haciendo suyo casi por instinto.

Como si se pertenecieran.

Como si, en la antigüedad, hubieran sido uno infinitas veces.

Como si, por los siglos de los siglos, fueran a serlo.

 

Y se acomoda para entregarse. A ese cuerpo completamente despojado de las ropas que volaron hace instantes con los estallidos.

 

Quiere dejarse.

 

Que la haga suya también.

Con el mismo instinto.

Con esa pertenencia inherente que se siente dentro y fuera de ellos.

Y que flota alrededor, donde un viento agitado inicia su danza, celebrando —más que el encuentro— la colisión.