viernes, 14 de enero de 2022

Aquí y Ahora

Ricardo Gutiérrez y la vía. Ahí tomé mis primeras clases de teatro, a los 13 años. En la primera hora teníamos expresión corporal y después seguía el entrenamiento actoral.

Más que pasar al frente y actuar, a mí me gustaban los ejercicios. Que nos mandaran a meternos adentro de una burbuja imaginaria con esos flashes que se prenden y se apagan en la mente, pero que en ese momento se podían atrapar. Todas las sensaciones se podían contener en ese presente. El álbum de figuritas de nuestra vida. Era despegar y pegar de nuevo, cambiar el orden, conseguir la difícil. Todo valía de paseo por lo sensorial, y se tornaba una gran introspección.

Jugar con las emociones es como poder amasarlas y darles forma, es prepararlas y cocinarlas con amor, para luego rendirnos ante ese plato. Recuerdo haberme sentido realmente inmersa ahí, como en una realidad exquisita de saborear, sí, recuerdo cómo era degustarla, masticarla, hincarle bien el diente como a una pasta al dente.  

Nada de eso sucedía si uno no se entregaba a ese instante. Si no estabas sintiéndolo todo a flor de piel, definitivamente no estabas en el “Aquí y Ahora”. Yo no sé si en aquel entonces lo comprendía, no sé si entendía bien cómo eso nos ayudaría ni si me daba cuenta de que ya sea para apelar a la memoria emotiva o para preguntarme qué haría yo si fuera tal personaje también era fundamental que siguiera estando ahí, tampoco sé si tenía real noción de eso de la credibilidad, pero si algo intuía era que tenía que dejarme ser. Ir sucediendo en simultáneo; andar por los guiones sin apresurarme; transitar el recorrido de las palabras y de las acciones; resaltar los matices y las sombras sin ponerme a juzgarlo todo; ir componiendo una verdad, precisamente verdadera. Y seguir jugando en el escenario como en el entrenamiento: disfrutando.

No había vez que no me fuera movilizada y con ganas de volver. Quizá porque al conectar con las emociones, entre el ritmo y la pausa, se dispara el giro que la propia historia pide. Es que la trama se escribe de adentro hacia afuera y nunca al revés.

Será que en la vida como en el teatro, las mejores improntas se dejan estando presentes, bien vívidos. O al final todo habrá sido inverosímil. 

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