viernes, 27 de mayo de 2022

(#Acto 22 #LMyEA) La Musa y el Artista

La cueva multiplica el placer devolviéndoles el eco de cada gemido. Son tantos, que la sinfonía se vuelve perfecta.

Sienten que podrían desplomarse completos en las fundas del otro, en esas envolturas de carne, de músculos que ejercitan constantemente el movimiento que los mantiene vivos. Pueden sentir la naturaleza del otro y, juntos, adoptar esa condición de amantes y amados, digna de una magnitud que sólo ellos comprenden. Una magnitud que otros ni siquiera advertirían.

 

Quién sabe si sabían que todo este tiempo habían estado dormidos.

Lo que sí saben es que el otro vino a despertarlos. A despabilar el arte escondido debajo de las sábanas. A arrancar las sábanas que pretendían tapar el frío que no existía, porque sus cuerpos estaban emanando el calor del otro desde los propios huesos.

El altar ya les queda chico de tantas volteretas. Y todo es perfecto.

 

—Haceme un hijo —dice ella.

 

Él está a punto de responder algo cuando se interpone otra visión. Y a ambos les nace, casi al mismo tiempo, el recuerdo de una felicidad que no tarda en doler. Un dolor punzante, que sube desde la garganta hasta la boca del estómago, y pincha. Como si cortara la circulación.

 

Quizá sea una pista. Un indicador. No para ver hacia dónde van, pero al menos para asomarse a ese lugar inaudito del que vienen sus vidas… desde otras vidas…

… Y en donde gestaron vida.

 

La musa se incorpora apenas termina de pronunciar la frase. Atina a quitarse la venda, pero es el artista quien lo hace. Nota que está húmeda. No: empapada. Las lágrimas, como escupitajos, salieron de los ojos de la musa mientras se tocaba el vientre.

Se recuesta. Llora.

Le duele el útero.

Él le besa esa zona. Apoya su cabeza con suavidad, y llora con ella.

 

Los mortifica lo que acaban de recordar. Los paraliza no saber qué hacer.

Y en esa posición permanecen horas.

 

Se sienten huérfanos. Desamparados. Y, sobre todo, se sienten pequeños encima de un altar que ya les queda grande.

Solos. Desprotegidos. Desenfundados.

 

Y se adormecen así.

Destapados. Desabrigados.

Padeciendo el frío que ahora sí les congela los huesos.

Desafina el eco de la cueva. Los sollozos del dolor desentonan con la sinfonía que había sido perfecta.

Porque, de repente —por primera vez estando juntos— se sienten incompletos.

Como muertos.

Mientras siguen advirtiendo las memorias de lo que comprenden fue su mayor inspiración.

 

Y desplomados, uno encima del otro, contemplan la imagen de la criatura…

hasta quedarse dormidos.


Él está a punto de responder algo cuando se interpone otra visión y a los dos les nace el recuerdo de una felicidad que no tarda en doler, punzante, desde la garganta hacia la boca del estómago hasta pinchar como cortando la circulación. Quizá sea una pista, un indicador que les permite ver si no hacia y hasta dónde van, al menos un poco de ese lugar inaudito del que vienen sus vidas desde otras vidas... Y en donde gestaron vida... La musa se incorpora en cuanto termina de pronunciar la frase, atina a quitarse la venda cuando el artista se la saca, nota que está húmeda, no, empapada por las lágrimas que como escupitajos salen de los ojos de la musa mientras se toca el vientre, se recuesta y llora. Le duele el útero, él le besa esa zona y apoya su cabeza con suavidad, llorando con ella. Los mortifica lo que acaban de enterarse y los paraliza no saber qué hacer, y en esa posición permanecen horas.

Se sienten huérfanos, desamparados y sobre todo se sienten pequeños encima de un altar que ya les queda grande. Se sienten solos, desprotegidos, desenfundados. Y se adormecen juntos, destapados, desabrigados, padeciendo el frío que les congela los huesos. Desafina ahora el eco de la cueva, los sollozos del dolor desentonan con esa sinfonía que había sido perfecta. Es que de repente, por primera vez estando juntos se sienten incompletos, como muertos, mientras siguen advirtiendo las memorias de lo que comprenden fue su mayor inspiración.

Y desplomados uno encima del otro contemplan la imagen de la criatura hasta quedarse dormidos.

2 comentarios:

diegao dijo...

El nido vacío o la irreverencia de un orgasmo lanzado al aire.
Me gusta Schlos.

mario dijo...

Hola! Me gustó lo que escribiste. te invito a que veas mis escritos en Instagram @desandare