domingo, 5 de enero de 2020

(#Acto 16 #LMyEA) La Musa y el Artista

Y pasan ese rato como si la promesa del pasado ya se estuviese cumpliendo. Como si nunca fueran a separarse. Como si siempre fueran a estar sumidos en ese erotismo que los une y los sigue revolcando entre una, otra, y tantas posiciones amatorias.

Estando juntos, todas esas imágenes y todo ese ensueño que los revoluciona parecen cobrar sentido, a pesar de la rareza… y de la certeza de que lo que les está ocurriendo pertenece a una realidad que se va tornando cada vez más fantástica.

 

Ella teme soltarlo. Todo el tiempo se le cruza por la mente la terrorífica idea de que el amor se les pase al separarse, como un hechizo que se rompe.

Eso.

Se siente hechizada. Y no quiere que eso se termine.

Besa el lateral del rostro de su hombre y, al llegar a su boca, siente sus labios secos. Entonces decide que es buen momento para tomar algo.

Se resiste primero, pero tomándose su tiempo —milímetro a milímetro, sin dejar de sentirlo— va saliendo de ese cuerpo del cual se siente dueña, ama y señora. Camina hacia una vitrina de donde toma dos copas y una botella de forma algo extraña que estuvo guardada por años, esperando la ocasión.

 

Otra vez, su desnudez le da la espalda al inspirado, que la mira detenidamente hasta precipitársele al cuerpo, expulsándose por completo en un abrazo al que llega definitivamente magnetizado.

Así vuelven juntos al camastro, bien apoyados uno en el otro: ella delante de él, sosteniendo lo que trae; él ciñéndole los pechos con las manos, en un calce diseñado a medida.

 

La musa mira la copa y siente la fragilidad del cristal dentro de su ser. Se siente vulnerable. Como si, en ese instante, su alma también fuera de vidrio. Incluso, siente la sensibilidad del artista en ella, como si los roles se hubieran alternado… como si ella necesitara de él más que él de ella.

 

—No me dejes nunca —le ruega.

 

Él la escucha fascinado. Pero, a diferencia de lo que siempre creyó que le ocurriría al cautivarla, por un momento se siente torpe, incapaz.

Es que los dos sienten una dependencia absoluta.

Una rendición incondicional que los aparea con el otro en cada suspiro, en cada movimiento.

A propósito, éstos van haciéndose cada vez más lentos.

De hecho, se sientan al borde del camastro como si estuvieran dentro de una cámara lenta, y a ese mismo ritmo él sirve en cada copa una medida generosa de la bebida color borravino que ya los tiene hipnotizados.

 

Se deleitan con lo bien que huele.

Y, al unísono, brindan: “Por el amor”.

El choque de las copas que los va inmovilizando y vuelven a compartir la misma sensación de que el tiempo se detiene.

Esta vez, un instante de parálisis.

Quizá una advertencia.

Algo les dice que, después de ese trago, ya nada será igual. Que beberlo es pactar con la adicción y podría resultarles peor que un vicio. Casi como un veneno.

 

Luego de esa suspensión, el artista le pregunta a la musa de qué bebida se trata.

Y, antes de que ella llegue a responder, él moja sus labios en el líquido ignoto… y la besa con pasión.

De inmediato —y de un solo sorbo— se toma hasta la última gota.


4 comentarios:

German dijo...

Excelente!

Francisco dijo...

Muy bien relatado.

Francisco dijo...

Muy bien relatado.

Pablo Brión dijo...

Muy bueno Mel, te busqué después de haberte visto en fotos. Sos tan sexy por escrito cómo en imagen.
Me gustaría ser tu inspirado, porque es seguro que podrías ser mi musa.
http://letrasdeviaje.blogspot.com/