El hombre gritaba con desesperación. Yo lo miraba, aterrorizada. Como mira alguien que no entiende nada.
Antes de que estallara en esos gritos, exasperados, desaforados, vi anonadada cómo arrojaba unas piedras, enormes, con violencia y en dirección hacia el lugar en el que yo me encontraba.
Supe que no eran para mí. No. Él no quería lastimarme. Había alguien más. Pensé que quizás tenía algo contra esa persona.
Supe que no eran para mí. No. Él no quería lastimarme. Había alguien más. Pensé que quizás tenía algo contra esa persona.
Tiró una. Y otra. Y otra más.
Me agaché primero. Después me escondí. Más bien, me refugié. Quería salvarme de esa suerte, que parecía maldita, a pesar de mi certeza de que su bronca y su ira no me apuntaban.
De todos modos, temí por mi vida. Y hasta me molesté por no poder saber si saldría de ahí.
De todos modos, temí por mi vida. Y hasta me molesté por no poder saber si saldría de ahí.
Mi gran desconcierto fue, especialmente, cuando cruzó la avenida. Con los pasos de un gigante, se iba acercando hacia mí. Lo vi venir; caminaba con el peso de la furia de las piedras que, segundos antes, había arrojado. Y de mucho más. Algo más le pesaba.
Ya dije que no estaba sola. Había otro hombre que parecía trabajar en la seguridad del lugar...
"¿Por qué no hacía nada, entonces?" (¿Realmente estaba conmigo? ¿O será que, en algunos momentos, uno busca y encuentra compañías donde en verdad no las hay?)
A mi alrededor, había perfumes; y noche. Mucha noche. Una tienda llena de perfumes sin aromas, y demasiada oscuridad para mi gusto.
"¿Por qué no hacía nada, entonces?" (¿Realmente estaba conmigo? ¿O será que, en algunos momentos, uno busca y encuentra compañías donde en verdad no las hay?)
A mi alrededor, había perfumes; y noche. Mucha noche. Una tienda llena de perfumes sin aromas, y demasiada oscuridad para mi gusto.
Feroz, el sujeto entró. Feroz y fugaz. Para mi sorpresa, siguió de largo.
Al fin me sentí a salvo. Sin embargo, me atreví a girar antes de huir cuando le ganó mi curiosidad a mi instinto de supervivencia. Sí, tuve que ver... Había algo (no sabía qué) que me unía a ese ser -aún lo siento-, algo que nos conectaba de algún modo. Su rostro me resultaba conocido, por cierto, aunque no más que el rostro de un buen vecino.
Retomando, vi cómo saltó por una ventana que lo condujo a un patio; idéntico al de la casa de mis abuelos. Creo que eso explica la inmediatez con la que comencé a percibir a ese extraño individuo como alguien más cercano, como ese abuelo que se fue tan trágicamente, quizás... (¿Habría gritado así, su alma, al momento de su muerte?)
“A veces la vida no es justa”, había pensado yo ese día. (¿Y si era aquel, un grito a la injusticia? ¿Y si era un grito desde la impotencia?)
Perpleja, estupefacta, continué mirándolo, aún tratando de entender por qué gritaba así o, simplemente, por qué gritaba, y ya; buscando cómplices, testigos. Pero no había nadie. ¡Ya ni siquiera el otro señor estaba ahí!
“A veces la vida no es justa”, había pensado yo ese día. (¿Y si era aquel, un grito a la injusticia? ¿Y si era un grito desde la impotencia?)
Perpleja, estupefacta, continué mirándolo, aún tratando de entender por qué gritaba así o, simplemente, por qué gritaba, y ya; buscando cómplices, testigos. Pero no había nadie. ¡Ya ni siquiera el otro señor estaba ahí!
En un segundo, pasé de temerle a compadecerme por él. Quería ayudarlo, pero sabía que no había nada que yo pudiera hacer... Además, poco a poco, y como si me hubiera contagiado algo de todo eso que había en su interior (quizás por estar tan cerca de aquello que buena parte de su existencia lograba ir sacando), fui sintiendo una opresión en el pecho, que pasó a ser fuerte en un instante, y más fuerte aún. Terriblemente fuerte.
Respiré su dolor también...
Pero no pude entender todo eso que no dejó de repetir. No alcancé a leer esas palabras. Las oí, sí. Las escuché, también. Pero su habla era confusa, alterada. Y no pude, no pude aunque quise, no pude aunque me esforcé, descifrar lo que decía.
Respiré su dolor también...
Pero no pude entender todo eso que no dejó de repetir. No alcancé a leer esas palabras. Las oí, sí. Las escuché, también. Pero su habla era confusa, alterada. Y no pude, no pude aunque quise, no pude aunque me esforcé, descifrar lo que decía.
Sólo recuerdo que en ese momento la angustia y la desesperación -de ambos- empezaron a hacerse más profundas, y más sufridas, como si la voz ya casi no le saliera a ese grito que, peligrosamente exhausto, sólo quería seguir gritando. Afligido. Estremecido. Agitado. Pero, sobre todo, exhausto. Tanto, que eso también se me iba pegando, al tiempo que me invitaba a retirarme, de una vez por todas, de ahí. (Acaso, ¿había más para ver?)
Definitivamente, no lo soporté -de hecho, la misma sensación vuelve a mí al recordarlo- y me fui. Me fui a otro lado, de igual oscuridad aunque con más calma. Y con compañías más amenas, más gratas. Así pasé a conversar con mi madre y mi hermana en una habitación contiguamente cercana, y raramente contigua. La persiana estaba rota, pero eso no me impidió ver que un clima sombrío también predominaba tanto dentro como fuera de ese cuartucho.
Me distrajo un poco que mi hermana me mostrara una remera nueva, con brillos. Aparte, un poco de luz, por poca que fuera, me venía bien.
Igual, no pude evitar hablarles de él. En especial, a mamá. La verdad, no conseguía aliviarme en absoluto. Mucho menos, olvidarme. Y ella algo sabía. Lo supe por su rostro. Y lo confirmé por la noticia que me dio.
Antes, muy apenada y quizás con algo de resignación, le dije:
-No sabés cómo gritaba, no sabés... Se le iba el espíritu en cada alarido. Parecía estar a punto de morir. Si se salva, no creo que pueda sobrevivir por mucho tiempo, ese hombre. No creo que su corazón resista tanta desesperación, tanto...
-No resistió -me interrumpió-. Falleció el domingo. Me acaban de avisar... -agregó. Y dijo algo más acerca del entierro que no logro recordar con precisión.
Entonces, mi llanto se tornó tan inevitable como esa noche y su muerte... Tanto, como la noche. Y como la muerte misma.
Entonces, mi llanto se tornó tan inevitable como esa noche y su muerte... Tanto, como la noche. Y como la muerte misma.
1 comentario:
Es bueno tener el consuelo de que al menos tu sueño concluyo en algo.
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